martes, 15 de julio de 2008

QUÉ ES LA REENCARNACIÓN? (1)


PRÓLOGO

Mucho se ha hablado de la Reencarnación, pero hasta ahora no habíamos encontrado ningún escrito que fuese tan extenso y determinante para la comprensión de este tema, tan sumamente defendido por unos y negado por otros. De cualquier manera, entendemos que LA VERDAD ESTA EN CADA UNO DE NOSOTROS.

Merece la pena esforzarnos un poquito y llegar hasta el final de la exposición, que P.Pavri hace de la reencarnación, máxime que con su forma de exponerlo (preguntas y respuestas) se hace mas ameno.

Ángel y Pilar


PREG.— Qué es Reencarnación?

RESP.— Es el renacimiento, el descenso del alma humana a su­cesivos cuerpos físicos. Cada ser deberá pasar por muchas vidas, vol­viendo a la tierra una y otra vez y habitando, en cada ocasión, en diferente cuerpo terrenal, de acuerdo con la Ley de Karma, según la cual cada uno cosecha lo que hubiere sembrado en previas vidas.

PREG.— ¿Pero, ¿qué es lo que reencarna, y cual es el objeto de la reencarnación?

RESP.— Por lo que hace a la etimología de la palabra (re, otra vez, in, en carocamis, carne reencarnar significa "repetidas entradas en envolturas carnales o físicas" e implica la existencia de algo rela­tivamente permanente que entra en algo relativamente impermanen­te. El hombre es una inteligencia espiritual revestida de cuerpos de materia. Esa inteligencia, que debe desplegar todos sus poderes y divinas capacidades, se desarrolla por descensos hacia la tosca ma­teria, ascendiendo después con los resultados de las experiencias así obtenidas. Es el Ego, es decir, el quinto principio. Manas, (1) con los dos principios superiores, Buddhi y Atrná, que toma dife­rentes cuerpos, si bien su residencia natural son las regiones más elevadas y espirituales. Aun no manifiesta la divinidad y debe apren­der a dominar la materia mediante largas experiencias y muchas lecciones. Tal como el ave marina revoloteando por los aires se precipita en el agua para coger su presa y se eleva de nuevo a su propio elemento, así sucede con el hombre real, el ser espiritual que pertenece a los mundos superiores, quien desciende a la tierra a obtener la experiencia, que es el alimento para el desarrollo del Espíritu y la cual lleva consigo a su hogar para asimilarla en capacidades innatas y poderes mentales y morales.

En cuanto ha sido asimilada la ex­periencia de una vida, regresa a la tierra por otra, vida a ingresar más. Primeramente viene a la tierra y toma un cuerpo que le ha sido preparado, generalmente el cuerpo de un salvaje, para aprender las primeras lecciones de la experiencia humana. Pasa luego al otro lado de la muerte y, mediante las lecciones del dolor, aprende los errores que cometió, así como de las lecciones de gozo, deduce cuáles fueron los pensamientos y sentimientos, rectos que tuvo; al paso que, durante la última parte de su vida postmortem, asimila lo que pudo recolectar en la tierra. Una vez asimilada tal experiencia, vuelve de nuevo a la tierra y ocupa un cuerpo mejor, adecuado a su condición ya más adelantada. Su vida real requiere, pues, millones, de años y lo que comunmente consideramos como su vida es tan solo un día de SU vida, ya que una existencia de unos sesenta años en este mundo ordinariamente es seguida en los mundos superiores por un período de dos a veinte veces aquella duración, de acuerdo con el desarrollo.

Cada vida es un día en la escuela, y cada vez que volvemos, a la tierra, reasumimos nuestras lecciones en el punto en que las dejamos antes, ayudados por lo que aventajamos con el estudio a domicilio, es decir el estudio en los "cielos", que son el hogar del alma. El salvaje se halla precisamente comenzando su educación humana, en tanto que un ser espiritualmente adelantado se está aproximando a su exa­men final en esta escuela del mundo. Algunos alumnos, que son ap­tos, aprenden rápidamente, mientras que otros egos, a manera de ni­ños poco inteligentes, requieren mayor tiempo para comprender sus lecciones. Ningún alumno habrá de fracasar jamás, pero la duración del tiempo que requiera para capacitarse para el examen superior, dependerá de su propio criterio. El discípulo juicioso considerando que esta vida escolar es meramente una preparación para otra más elevada, procura aprovechar el tiempo lo mejor posible y trata de comprender las reglas de la escuela y conformar su vida de acuerdo a días.

PREG.— ¿Acaso no tenemos bastante sufrimientos en una sola vida? Es horrible la idea de renacer para sufrir una y otra vez.

RESP.— Los hechos no se alteran por nuestro desagrado de la existencia o por falta de comprensión del propósito de la misma. Si en el mundo fuesen desconocidos los pesares y la aflicción, ¿acaso no sería un cruel sufrimiento el abandonar esta tierra de bienaven­turanzas a la hora de la muerte, y no sería, entonces, bienvenida la reencarnación? Por tanto, lo que desagrada no es la reencarnación sino las pruebas y sufrimientos de la vida terrenal. Pero las dificul­tades y pesares nos traen experiencia, nos enseñan algunas de las más grandes lecciones de la vida y nos compelen a desarrollar poderes que, de otra manera, famas entrarían en actividad. Según se explicara des. pues, en el Capítulo V nosotros cosechamos lo que sembramos; su­frimos en la presente vida a causa de errores en las pasadas; y nadie más que nosotros mismos puede causamos sufrimiento.

PREG.— ¿No parece injusto que seamos castigados por malas ac­ciones ya olvidadas, perpetradas hace miles de anos, en una vida an­terior? ¿Por qué ha de sufrir un hombre a consecuencia de aquello que no es consciente de haber hecho?

RESP.— Una persona puede sufrir enfermedades, ignorando las condiciones bajo las cuales sembró en su cuerpo los gérmenes de aquellas; pero la recta secuela de causa y efecto no se altera por su ignorancia. En el Universo no existe ta1 absurdo de un efecto sin una causa responsable.

Por otra parte, el olvido de los errores no destruye sus consecuen­cias, así como, el no recordar las buenas acciones, no impide al hom­bre gozar del fruto de las mismas.

De hecho el hombre real, el Ego, no olvida sus malas acciones, pero las recuerda como nosotros recordamos lo que hicimos ayer, si bien la memoria del cerebro físico del nuevo cuerpo no recuerda lo que fue hecho en el cuerpo que el Ego usó en su vida anterior. Un muchacho que robe manzanas hoy, será acreedor al castigo cuando se le aprehenda días después, aunque vaya usando un traje diferente. El Ego que creó el Karma cosecha el Karma. El labriego que sembró la semilla levanta la cosecha, aunque las ropas que haya usado al sembrar puedan haberse destruido durante el intervalo de la ciembra a la cosecha. Igualmente, pueden destruirse los ropajes físico, astral y mental del Ego entre la siembra y la cosecha, y cosechar él en un nuevo juego de vestiduras; pero, quien siembra, también recoge, y si empleó poca semilla o de mala calidad, él mismo tendrá que le­vantar una exigua Cosecha cuando llegare el tiempo.

Si fuésemos a recordar todas nuestras malas acciones pasadas, nos sentiríamos desolados ante la dolorosa visión de un pasado siempre lleno de debilidades, aunque estuviese libre de la mancha del crimen; y si supiéramos que cada uno de nuestros errores pasados, continua­mente presentes ante nuestros ojos, traería consigo 'su castigo, ¿no estaríamos, acaso,' obsesados a cada instante por el temor, y no sería nuestra vida un tormento intermináble, fuera dé toda proporción con el pecado cometido? Limitándonos a una sola vida, ¿cuántos crimi­nales podrían obtener mejor provecho de ella si tan sólo pudieran olvidar?; mas el recuerdo de su crimen es un grillete que les impide recobrarse y progresar. Y ¡cuánto más felices seríamos muchos de nosotros si pudiéramos anular varias páginas de nuestra historia de esta actual encarnación! Mientras no seamos suficientemente fuer­tes para soportar sin tristeza, remordimiento o ansiedad y sobre todo sin resentimiento, los recuerdos de la presente vida, no deseemos agregar al peso de ella la carga de un pasado milenario.

Por tanto, es un Banquero misericordioso el que nos ahorra la molestia de llevar, nuestras cuentas y quien, cada vez que nos ha­llamos a punto de comenzar un nuevo libro Mayor, fija el saldo y lo pasa a nueva cuenta con sus intereses acumulados. Por otra parte des pués de la muerte, el alma, libre ya de sus ilusorias envolturas, veri­fica una revista imparcial del pasado, anota sus errores y fracasos así como sus motivos y, por el conocimiento así adquirido, crece, en sabiduría y en poder, en inteligencia .y en conciencia.

PREG.— Pero, ¿por qué no tenemos recuerdo de nuestras vidas pasadas? Nos acordamos de todo lo que hemos experimentado si hubiésemos vivido antes, ¿por qué, habríamos de olvidarlo?

RESP.—En primer lugar anotemos el hecho de que olvidamos ¡de nuestra vida actual más de lo que recordamos no recordamos cuando aprendimos a leer, pero el hecho de que podamos leer demuestra .el aprendizaje. Evitamos que el fuego nos queme, pero no recordamos la ocasión particular en que; por primpra vez nos quemamos y apren­dimos la lección. Además estos acontecimientos no están por com­pleto olvidados; se hallan sumergidos, no destruidos, y pueden ser extraídos de las profundidades de la memoria, pueden ser recobrados del subconsciente de una persona si se la pone en trance mesmérico.

Si este olvido es un hecho tratándose de experiencias por las que pasamos en nuestro cuerpo astral ¿cómo esperar que nuestro cerebro actual recuerde experiencias en las que ni el ni el cuerpo tuvieron participación alguna? Nuestros cuerpos causal y superiores permanecen con nosotros a través de toda la serie de encarnaciones, pero los cuerpos físico, astral y mental se desintegran tras cada ecarnación; y cuando al iniciar una nueva existencia nos recubrirnos de tres Cuerpos mortales, estos nuevos cuerpos reciben, de la inteligencia espiritual que reencarna, no las experiencias detalladas del pasado, sino las cualidades, tendencias y capacidades obtenidas de aquellas expe­riencias; y nuestra conciencia, nuestra respuesta instintiva a los lla­mados emocionales e intelectuales, nuestro asentimiento a principios fundamentales de bien y nial, son vestigios de pasadas experiencias.

Hay muchísimos recuerdos inconscientes; que se manifiestan en facultad, en emoción, en poder; trazas del pasado impresas en el presente y descubribles por la observación de nosotros mismos y de los demás. De conformidad con nuestro Karma 0btenemos de nuestros padres, nuestro cuerpo físico mediante lo que se llama herencia física; pero la mentalidad que poseemos así como nuestro íntimo caracter, los hemos construido nosotros mismos. Toda persona trae consigo, a cada nueva encarnación, ciertas tendencias que son los acumulados recuerdos de pasadas vidas; ciertos poderes que asimismo son la suma de actividades del pasado; y ciertas características, ciertas facultade, que prontamente se revelan en la criatura y que hablan de lo que se hizo o dejó de hacerse durante previas vidas en la tierra. De aquí que los recuerdos del pasado puedan ser claros y definidos, lo­grados por la práctica del Yoga. (una disciplina o sistema de entrena­miento) o puedan ser inconscientes pero demostrados por los resul­tados, e íntimamente aliados, de muchos modos, a los que se llaman instintos, por los cuales hacemos ciertas cosas, pensamos a lo largo de ciertas lincas, ejercitamos ciertas funciones, y poseemos ciertos conocimientos sin haberlos adquirido conscientemente. En las actuales investigaciones de la Psicología, muchos arrebatos de sentimiento que llevan a cometer acciones violentas e impremeditadas, son atribuidos al subconciente es decir, a la conciencia que se demuestra en los pen­samientos, sentimientos y accione involuntarias; vienen a nosotros procediendo del remoto pasado, sin nuestra volición ni nuestra crea­ción concíente. Nuestros instintos son recuerdos enterrados en el, subconsciente, que influencian nuestras acciones y determinan nues­tros gustos; nuestro instinto moral es Conciencia, una masa de entretejidos recuerdos de pasadas experiencias, que habla con el mandato imperativo de todos los instintos, decidiendo acerca de lo "bueno" y de lo "malo" sin argumentar ni razonar, y previniéndonos, evitar pe­ligros ya experimentados en lo pasado.

¿Qué son las facultades innatas sino un recuerdo inconsciente de asuntos bien dominados en el pasado? Y aquí tenemos una prueba de b exactitud de la idea de Platón, acerca de que todo conocimien­to c.s una reminiscencia. Habiendo aprendido bien alguna ciencia, por ejemplo las Matemáticas, en esta vida, y habiéndola olvidado,durante años, podemos aprenderlas de nuevo, rápidamente, puesto que no sería más que repasar un asunto bien conocido. De igual manera, cuando comprendemos y aplicamos prontamente una filosofía, o cuando lle­gamos a dominar un arte sin mucho, estudio, la memoria de las vidas pasadas está allí en acción aunque los hechos del aprendizaje se hayan olvidado. Y, así sucede que una persona que hubo estudiado Ocultismo en una vida anterior, y llega a ponerse en contacto con la Teo­sofía en esta vida, la acepta inmediatamente, como quien reanuda una antigua relación, y hace rápidos progresos; en tanto que otra que por vez primera la estudia en esta vida no adelanta gran cosa.

Igualmente, cuando nos encontramos como en familia con un extranjeroque acabamos de conocer, o cuando dos seres se enamoran a primera vista, el recuerdo actúa allí, es el reconocimiento que el Espíritu hace de un amigo de anteriores encamaciones; es el llamado del Ego al Ego, antiguos camaradas que estrechan sus manos en per­fecta confianza y mutua comprensión. Y de modo semejante está presente el recuerdo cuando nos sobrecogemos con un sentimiento de repulsión a la vista en un ser en apariencia extraño a nosotros: no es más que el reconocimiento de un antiguo enemigo.

Por otra parte, el recuerdo de vidas pasadas se manifiesta, en oca­siones, en niños que tienen fugaces visiones de su'vida anterior y que rememoran algunas veces muchos detalles, especialmente si perecieron de muerte violenta en su última encamación. Sin duda alguna tal re­cuerdo se puede lograr, pero ello requiere firme esfuerzo y prolongada meditación'para controlar la siempre inquieta mente y tomarla sen­sitiva y fiel al llamado del Espíritu manifestado como un Ego, único que almacena todos los recuerdos del pasado; entonces se recuerdan las escenas de anteriores vidas, se reconocen los antiguos amigos, se ven los antiguos lazos. El hecho es que el Ego ha pasado por todos esos eventos y, en el mundo célico, después de la muerte, ha elabo­rado, de sus experiencias, facultades y carácter, intelecto y concien­cia. Pero solamente cuando un hombre alcance la memoria del Ego y llegue a unificarse con él conscientemente, y podrá recordarlo todo en su nuevo cerebro.

Ningún cerebro puede conservar con todos sus detalles el recuer­do de acontecimientos de numerosas vidas, pasadas, y aunque pudie­se, siendo meros detalles, no valdrían la pena de ser, tomados en con­sideración por quien tiene que actuar bajo. el, acicate del momento. Sí cada vez que nos aproximamos al fuego tuviésemos que recordar todas las penas de quemaduras previas, volveríamos, a quemamos, mu­chas veces antes de pasar por todos los detalles de recuerdos pasados y deducir de ellos una linea de conducta. Mas cuando aquellos su­cesos se han sintetizado en juicios morales y mentales, están listos para uso inmediato. El recuerdo de numerosos asesinatos cometidos sería una carga inútil, en tanto que el instinto de la santidad de la vida humana es un recuerdo efectivo de aquellos.

Un hombre de edad es mas sabio y más inteligente que un jo­venzuelo, porque ha ganado mayor experiencia. Igualmente, un hom­bre civilizado es más sabio que un Salvaje, porque ha pasado por más encarnaciones.

PREG.— Pero, ¿acaso es siempre más sabio y mas inteligente un hombre de edad que un muchacho? A veces un joven civilizado, de veinte años, es más inteligente que un indígena dé cincuenta.

RESP.— Esto sólo viene a reforzar la teoría de la reencarnación. Un niño de diez años y diez días es más Sabio que otro de cinco anos y cincuenta días, pues los días nada significan ante los años. Igualmente, puesto que los años nada significan ante las vidas, un joven de veinte años y, probablemente, mil vidas tras él, debe ser más sabio que un indígena de cincuenta años y, probablemente, de cien vidas. Ahora bien, si no aceptamos la reencamación, todas las cria­turas deberían nacer con la misma suma de inteligencia, lo cual no es así. Solamente la reencamación explica la diferencia entre ellas, diferencia en crecimiento, debida a las diferentes edades de las almas.

PREG.— Pero si mantenemos y educamos en Europa a un negro, ¿no sería tan inteligente y tan sabio como un niño europeo?

RESP.— Si la inteligencia dependiese de la educación recibida en la juventud dos hijos de los mismos padres, igualmente preparados y educados, deberían ser igualmente inteligentes o igualmente tontos. No tan sólo no es así, sino que a menudo sucede justamente lo con­trario a que un hermano es sabio y virtuoso, mientras el otro es necio y vicioso. Además, los gemelos, que rio se distinguen en su infancia, desarrollan, al crecimiento, un intelecto muy distinto a pesar de la similaridad de entrenamiento y educación en todo respecto.

El negro es vivo y listo hasta cierto punto en él cual se detiene súbitamente, con mucho desagrado de su maestro que creyó llevarlo más adelante. La Reencarnación explica que una criatura viene al mundo con su carácter, sus cualidades, sus características, poderes y deficiencias; que hasta cierto punto podemos moldear y modificar aquel carácter, pero que nuestros poderes a este respecto son muy li­mitados. Como lo dijo Ludwíg Büchner: “El carácter es más fuerte que la educación"

PREG.— Se sabe (fue las peculiaridades físicas, mentales y mora­les de los niños proceden de los padres por la Ley de Herencia, ¿qué tiene de extraño pues, que un niño europeo sea inteligente y un negro sea estúpido? ¿Acaso la reencarnación ignora tal Ley?

RESP.— No; por el contrario, la ratifica en el plano físico. Al suministrar cuerpos físicos, los padres estampan en ellos su marca de fábrica, y así, las moléculas del cuerpecito infantil traen consigo el hábito de vibrar de cierto modo definido. De esta manera es como se trasmiten al niño las enfermedades hereditarias, asi como las pe­queñas manías o extravagancias.

Pero la transmisión de semejanzas y peculiaridades mentales y morales es verdadera hasta cierto límite y nunca hasta la extensión que se supone. Los padres suministran los átomos físicos así como los etéreos, y los elementos kámicos (estos son especialmente aportados por la madre), los cuales, actuando sobre las moléculas del cerebro, confieren al niño las características pasionales de los padres, modifícando en parte las manifestaciones del ego del niño. Si bien la Reen­camación admite todas estas influencias paternales en la criatura, va más lejos al afirmar que existe una acción del ego por completo 'inde­pendiente, la tendencia inherente a su naturaleza,dando así una ex. plicación plena de las diferencias lo mismo que de las semejanzas. La herencia puede explicar solamente las semejanzas y no las diferenciaciones.

Además, si bien la ley de herencia explica la evolución de los cuerpos, no arroja luz sobre la evolución de la inteligencia y "de" la conciencia, y las últimas deducciones demuestran qué las cualidades adquiridas no son trasmisibles y que el genio a menudo es estéril. Hay circunstancias de peso, que se oponen a la Ley de Herencia y que son fácilmente explicadas por la Reencamación, como los si­guientes casos que demuestran lo inadecuado de influencias mera­mente hereditarias:

1.— Hijos de los mismos padres que no son igualmente inteligentes ni de las mismas tendencias morales.

2.— Comparando las vidas de los gemelos se observa que los in­dividuos nacidos bajo condiciones precisamente idénticas y teniendo exactamente la misma herencia, a menudo difieren grandemente lo físico, en intelecto y en carácter.

3.— Las grandes diferencias de carácter y de inteligencia que pue­den existir entre padre e hijo a pesar de su parecido físico.

4.— El nacimiento de genios en circunstancias humildes y hasta vulgares, lo que irrefutablemente prueba que el alma individual so brepasa las sujeciones del nacimiento físico.

5— Hijos mediocres nacen de padres muy cultos, lo que demuestra la falta de adaptación de la influencia hereditaria en las capaci­dades y poderes mentales y morales.

6.— Hijos perversos que nacen de padres santificados.

7.— Hijos santificados que nacen de padres disolutos.

Grandes genios morales como el Buddha, Zoroástro Jesús etc., cuyo nacimiento no puede ser explicado por la herencia. Instintos musicales ¡o tendencias artísticas en un hermano, mientras el otro ni siquiera tiene una elemental noción del Arte.

Todos estos casos pueden ser explicados satisfactoria y fácílmente por la reencarnación.

PREG.— ¿No podría cada alma ser creada especialmente por Dios? Se dice que hay tres explicaciones para las desigualdades humanas, para las diferencias de facultades oportunidades y circunstan­cias: la Ley científica, la Herencia la creación especial por Dios, y la Reencamación. Habéis refutado la primera ¿que podríais decir de la segunda?

RESP.— Todo el mundo acepta la Ley de Evolución para toda cosa, excepto para el hombre. Lo que principia en el tiempo debe terminar en el tiempo, y la idea de creación especial implica la corre­lativa de aniquilación al tiempo, de la muerte pero se pretende que la inteligencia espiritual llamada hombre no tiene un pasado espi­ritual, si bien se admite que tiene un futuro interminable, lo cual hace pensar en el absurdo de una vara con una sola extremidad.

Según esta hipótesis, el carácter de un hombre, del que depende todo su destino, es creado especialmente para él por Dios y se le im­pone sin ninguna oportunidad de elegir. Si se le dota de noble ca­rácter y refinadas capacidades, deberá mostrarse agradecido aunque nada hizo para merecerlas. Sí nace con una enfermedad hereditaria, y con mal carácter y aun criminalidad congénita; o bien si nace li­siado o idiota, tampoco ha hecho nada para merecerlo. Todo depen­dería entonces del mero acaso, o del antojo, ó de la arbitraria volun­tad de Dios. Si así fuere el caso, ¿dónde está la justicia del Suma­mente Justo Dios, por no decir algo del amor del Padre Todo Amor? Se nos dice a veces que todas estas cosas deberán ser ajusta­das en la vida venidera. Podrá ser así; pero eso no da ninguna ex­plicación razonable acerca de por qué son así en esta vida actual, ni tampoco nos parece, muy razonable excluir especialmente a la vida humana, en esta tierra, del conjunto de ley y de orden del exquisito designio y propósito que se observa, por doquiera en el mundo natural. Además, un niño puede morir pocas horas que un alma haya sido especialmente creada para él. Tal alma tendrá que lamentar eternamente haber perdido aquella vida y las experiencias que hubiera obtenido sobre la tierra. Pero si las experiencias terre­nales no sirvieran después, y si la vida en la tierra no tuviere valor alguno excepto para ser juzgados en ir a un cielo eterno o a un in­fierno eterno, podríamos decir que a un alma que viniese a un cuerpo que viva hasta la vejez, le tocó 1a peor, parte, pues hubo de sufrir mo­lestias, miserias y .pecados, corriendo el riesgo aún de acabar en el infierno; en tanto que la criatura no corrió riesgo alguno, no sufrió miserias ni penalidades y al morir correrá tan buena suerte como otras almas.

Hay más aún: esta teoría hace de Dios un servidor del hombre ya que El tendrá que esperar para Crear una nueva alma hasta que el hombre, impelido por sus pasiones, suministre material para un nuevo cuerpo físico. Por otra parte, si bien por un lado se afirma que Dios castiga al que peca, por otro lado El mismo se pone a crear una nueva alma para los cuerpos pecaminosamente producidos. Por consi­guiente, la teoría de una creación especial también parece ilógica, injusta y absurda, subsistiendo la reencarnación como la explicación más razonable y justa.

PREG.— Una objeción más: si no hay creación especial tiene que existir un número fijo de egos humanos (que vuelvan a la tierra una y otra vez. ¿Cómo podría explicarse, pues, el aumento de po­blación del mundo?

RESP.—Hay en la actualidad un número fijo de espíritus huma­nos, unos sesenta mil millones, que forman nuestra humanidad. En determinado punto de la evolución, hubo un influjo de ellos, del reino animal al reino humano; pero eso pasó hace mucho. Por su­puesto, unos pocos que proceden del reino animal, se individualizan ocasionalmente y entran al reino humano, pero tal número es in­significante como lo es el de quiénes dejan nuestra humanidad para pasar a la evolución super humana y así el número de espíritus que forman nuestra humanidad, prácticamente se mantiene constante.

Si bien el número de egos es, pues, fijo, quienes sé hallan actualmente encarnados en cualquier momento forman una pequeña minoría, como de 1 por cada 10 del total, puesto que la población de todo el mundo, se dice, asciende a 6.000 millones en contra del total de 60,000 millones de egos. Muchos se hallan en los planos as­tral y mental y permanecen largos períodos alejados de la tierra a medida que evolucionan, encarnando más lentamente las almas ade­lantadas que las retrasadas. Podría compararse el mundo a un salón municipal que estuviese medio vacío, lleno, o a reventar, en tanto que; la población total de la ciudad permaneciese comparativamente constante; y al acelerar ligeramente la reencarnación, o acortar el periodo celeste, se aumentaría en gran manera la población física de nuestro globo sin aumento alguno en el número total de espíritus que reen­carnan.

Por lo demás, no hay prueba decisiva de que la población de nuestra tierra haya aumentado, pues si bien en ciertos países el censo puede ser digno de fe, en otros densamente poblados, como China, los datos se basan en sus suposiciones.

PREG.— Y bien, ¿cuál es la necesidad de la reencarnación?

RESP.— La reencarnación es necesaria lógicamente, científica­mente y moralmente.

PREG.— Sírvase explicar cada una en detalle. En primer lugar, ¿Cuál es el argumento desde el punto de vista lógico?

RESP.— La reencarnación es una necesidad lógica ya que en ella, sin nada que satisfaga la razón, la vida sería un desesperante enigma.

¿Hay algún propósito para nuestra vida entre la cuna y la tumba? ¿Nos preparamos de alguna manera a nosotros mismos o no, para la vida después de la muerte? Si existe una vida de bienaventuranza allende la tumba, debe merecerse de algún modo ya sea por resistir a la tentación o por un positivo bien obrar. Si se requiere un es­fuerzo para ganar la vida celestial, ¿cómo explicar el caso de una cria­tura que muere en la infancia sin haber tenido oportunidad de ha­cerlo? Se diría que ella, no habiendo causado mal alguno, entra luego al cielo. En tal caso parece duro para otro tener que pasar una larga vida de tentaciones y peligros, corriendo el riesgo de ir por último al infierno; por lo cual, si aquello fuese así, la plegaria de las madres debería ser, no que su recién nacido viva y crezca, sino que muera inmediatamente. Ahora bien, sí el resultado fuere el mismo, esto es, si llegaren al cielo tanto la criatura que perece en la infancia, cuanto el hombre bueno que alcanza una vejez madura, entonces la vida es una especie de trampa, peor que inútil, ya que está llena de miseria y dolor innecesario. Por otra parte, si la vida celestial debiera lograrse por el esfuerzo individual, habría que dar, iguales oportunidades a todos. Pero vemos que no es así, puesto que todos nacen diferentes, con distintos poderes, capacidades y oportunidades, en medio de cir­cunstancias y ambientes diversos, uno como salvaje, otro como imbé­cil o criminal congénito, en tanto que otros vienen dotados de buenas tendencias y favorables oportunidades. Ni podría esperarse poco de uno y mucho de otro, pues ello equivaldría a admitir que esta vida es innecesaria y que es justo que el uno deba llevar aquí una vida de ignorancia y sufrimiento, y el otro una vida de goce o de refinamien­to, y sin embargo cosechar ambos el mismo resultado. Ni bastaría afirmar que el primero recibirá una recompensa mayor en el ciclo, a causa de sus mayores dificultades aquí; pues entonces podría el otro exigir para él, también, una oportunidad semejante a fin de alcanzar la mayor exaltación posible.

Todos estos problemas parecen de difícil solución, a no ser por la teoría de la reencarnación que todo lo vuelve inteligible.

Veamos el caso de un salvaje sin mentalidad ni moralidad para quién su propia esposa es el mejor alimento; que se come a sus pa­dres cuando no sirven para nada, y a sus hijos porque aún no son útiles para algo; él mata, y roba y se embriaga hasta que finalmente sucumbe a manos de otro salvaje más fuerte. ¿Es esa vida estrecha y brutal todo lo que el mundo tiene que ofrecerle, cuando sabemos que el mundo es para otros tan bello, maravilloso y lleno de mejores do­nes? ¿Qué será de él al otro lado de la muerte? No se le puede enviar al cielo; por él contrario, lo mas probable es que vaya al infierno.

Veámoslo ahora a la luz de la reencarnación. En cuánto su cuer­po físico muere y el salvaje pasa al mundo intermedio, descubre que aquellos a quienes mató se encuentran aún con vida y, como no han olvidado lo que les sucedió a manos de él, lo reciben con la mayor hostilidad. Así comienza á aprender su primera lección, a saber que si mata a un hombre hoy, se encontrará con él al siguiente día. No aprende eso en una vida, pero tiene todas las necesarias para apren­derlo. Por otra parte tendrá también alguna buena experiencia postmortem en el mundo celeste. Pudo haber sentido algún ligero afecto por su mujer y sus hijos antes de que la extrema necesidad lo impul­sase a devorarlos; aquel pequeño germen crecerá, le aportará un poco de felicidad y se trasmutará en una cualidad moral con la que re­nacerá y la que también le comunicará cierta tendencia a resistir un poco al impulso de matar. Y así adquiere experiencias en cada vida, las transmuta en cualidades y facultades, y se va civilizando paula­tinamente hasta que llega al punto alcanzado por los niños que hoy nacen.

Además, si la reencarnación no fuere un hecho, ¿qué objeto ten­drían las cualidades que con tanto esfuerzo y dificultad adquirimos aún en una sola vida? Un hombre revela mayor sabiduría cuando lle­ga a su vejez, pero muere en cuanto es de mayor utilidad y valer; si acaso se salvase o condenase irremisiblemente sería llevado a mundos en los cuales habría de ser inútil para siempre aquel conocimiento ad­quirido a fuerza de tantas y variadas experiencias; de ser así, toda la vida humana carecería de razón de ser. Pero la reencarnación explica que el ser humano renace con aquellas cualidades ya formando parte de su carácter por lo cual nada se perdió. Por consiguiente, mientras más se aplican los puntos de mira lógicos razonables, más inevita­ble parece ser la reencarnación.... continuará

(1) Manas (actividad) Buddhi (Sabiduría) Atma (Voluntad).

sábado, 12 de julio de 2008

CUAL ES LA NECESIDAD DE LA REENCARNACIÓN ? (2)

PREG.-Cuál es la necesidad científica para la reencarnación?

RESP.— La ciencia exige ahora la reencarnación como comple­mento de su teoría de la evolución. Hay dos grandes doctrinas acerca de la evolución que se puede decir dividen al mundo científico. La primera es la enseñanza evolucionista de Charles Darwin; la segunda es la moderna enseñanza de Weissman. Ambas doctrinas, importantes como son, requieren la enseñanza de la reencarnación para complementarlas; pues en ambas surgen ciertas cuestiones que solamente la reencarnación puede resolver.

Considerando la enseñanza evolucionista de Darwin a la luz mas amplia posible, se presentan dos grandes puntos relacionados con el progreso de la inteligencia y la moralidad. Primero, la idea de que las cualidades son trasmitidas por los padres a la progenie y que por la acumulada fuerza de tal transmisión se desarrolla la inteligencia y la moralidad. A medida que la especie humana avanza paso tras paso, los resultados de su ascensión son transmitidos a su progenie, la cual, empezando por decirlo así desde la plataforma edificada por el pasa>' do, es capaz de ascender más en el presente y trasmitir a su posteri­dad, ya enriquecido, el legado que recibiera.

En segundo lugar, a la par que esto, aparece la doctrina del con­flicto, esto es, de aquello que se llama la supervivencia del más ap­to; de cualidades que capacitan a uno para sobrevivir y, por tal super­vivencia, transmitir a la progenie aquellas cualidades que le confieran ventajas para la lucha por la existencia.

Ahora bien, estos dos puntos capitales, la transmisión de cuali­dades de padres a la progenie, y la supervivencia del más apto en la lucha por la existencia, son dos de los problemas que difícilmente se solucionan desde el ordinario punto de mira Darviniano. En efecto, por lo que hace al segundo punto ¿cómo evolucionan las cualidades morales y sociales? Seguramente que no a causa de la lucha por la existencia. Las cualidades que .son humanas por excelencia, a saber, la compasión, el amor, la simpatía, el sacrificio del fuerte para la protección da débil, la disposición a dar uno su vida por el provecho de otros, son las cualidades que reconocemos como genuinamente humanos en contraposición a las que compartimos con los brutos. Mientras más cualidades de aquellas se manifiestan en el hombre, más humano se le considera. Pero, quienes se sacrifican a sí mismos, mueren.

Entre los animales domésticos y aún entre los más feroces, como las bestias de presa, la madre se sacrifica a sí misma por la indefensa prole, venciendo la ley de la propia conservación. El avemadre o el animalmadre sacrificarán su propia vida a fin de alejar a su ene­migo, el hombre, de la cueva o del nido en donde se hallan ocultos sus pequeñuelos. Siempre triunfa el amor maternal del amor por la vida. Pero la madre muere en el sacrificio. Las que más demuestran su afecto, perecen, se inmolan por amor maternal. Y entre los hom­bres se desarrollan las cualidades sociales y morales no a causa de la lucha por la existencia, lucha que requiere el cerebro más agudo y la conciencia menos escrupulosa. Las cualidades humanas de ter­nura y compasión pueden crecer solamente por el sacrificio de sí, pero aquí también como en el reino animal, el hombre que se sacri­fica muere; y si las virtudes sociales o humanas tienden a la muerte de sus poseedores; y a permitir que sólo viva el más egoísta y brutal ¿cómo podremos explicar el crecimiento, en el hombre, del espíritu de autosacrificio, el aumento continuo de cualidades tan divinas que incapacitan al ser para la lucha por la vida"?

Quienes hayan estudiado las obras de Darwin saben que esta cuestión no se dilucida allí por completo: más bien se la evade que definirla. La reencarnación nos da la respuesta; en la vida intermi­nable ya sea del animal o del hombre, el autosacrificio hace surgir en el carácter un nuevo poder, una nueva, vida, una fortaleza compelente, la cual reaparece para bien del mundo, una vez y otra, en manifestaciones más y más elevadas; si bien la forma de la madre perece, el alma de la madre, sobrevive, y vuelve a la tierra de tiempo en tiempo; quienes han poseído tales almas de madre se entrenaron primero en el reino de los brutos y luego en el de los humanos, de tal suerte que lo ganado por el alma al tiempo del sacrificio del cuerpo, reaparece al reencarnarse el alma para bendición y exaltación del mundo. Y así cada mártir que muere por la verdad, cada héroe que sacrifica su vida por su país, cada médico que pierda la existencia en lucha contra alguna terrible enfermedad, cada madre que se inmola por su criatura, vuelven a la tierra mejorados por el sacrificio con aquella noble cualidad entretejida en la propia naturaleza de su alma, y cosechan los resultados del autosacrificio en un mayor poder para ayudar al mundo.

Ahora, por lo que hace al primer punto, es decir, la transmisión de cualidades, Weissmann ha establecido dos hechos fundamentales; primero, la continuidad de la vida física (y ya se verá que, para ser completa, necesita la continuidad de vida intelectual y moral). La razón para esto, según la línea seguida por Weissmann, es su segundo hecho fundamental, el de que las cualidades mentales y morales y otras que se adquieren no son transferidas a la progenie, que sola­mente, podrían serlo en caso de haberse elaborado lentamente y por grados en la propia contextura del cuerpo físico de los descendientes. No siendo, transmisibles las cualidades mentales y morales, ¿dónde ra­dicaría la razón para el progreso humano a menos que, lado a lado con la continuidad del protoplasma, tuviéremos la continuidad de un alma en desarrollo evolucionante.

Tal continuidad de alma en evolución es también necesaria por­que, paralela a la misma teoría, y respaldada, como lo está, por los hechos observados, encontramos que mientras más fino es el organis­mo, mayor es su tendencia a la esterilidad o hacia una gran limita­ción en el número de descendientes. De hecho, es ya un aforismo entre los científicos que el genio es estéril significándose con ello en primer lugar que un ser genial dio tiende a aumentar la raza y, en segundo lugar que, aunque el hombre de genio tenga un hijo éste no demuestra poseer las cualidades del genio, generalmente es un ser ordinario y hasta con tendencias a actuar por bajo el nivel medio de sus tiempos.

Hay dos tipos especiales de genio: el del intelecto puro o de la virtud, y el del arte. Este requiere la cooperación del cuerpo físico. Poco o nada exige el primero de la herencia física; pero no podríamos tener un gran genio musical a menos que llevase aparejado un cuerpo, físico especializado con su delicada organización nerviosa, la finura de su tacto y la agudeza de su oído. Estos factores físicos se requieren a fin de que el genio musical pueda expresar su más elevada fase; ahí precisa la cooperación de la herencia física. Cuando leemos la biografía de un genio musical generalmente encontramos que nació en el seno de una familia de músicos; que durante dos o tres genera­ciones antes de la aparición del. gran genio, la familia en la cual nació se había distinguido por su talento musical; y que, cuando el genio aparece, el talento musical muere y la familia se esfuma en el marco ordinario de la gente vulgar. La floración de la familia es el genio; pero este no transmite su genio a la posteridad.

Ahora bien, estos problemas y enigmas de la herencia encuen­tran su explicación razonable en la enseñanza de la Reencarnación. Un genio musical necesita un cuerpo especializado que nazca en una familia musical bajo las leyes de herencia; pero, como ya se explicó tal ley surte efectos sólo para el cuerpo físico, pues el carácter mental y moral no es transmisible. Y no viene el genio al mundo creado re­pentinamente por Dios, o como un mero juego de la naturaleza o a resultas de algún afortunado accidente; viene con las cualidades que gradualmente ha desarrollado luchando en el pasado. En la base de la escala humana de progreso esta el ínfimo salvaje; en la cima de tal escala se hallan el más grande santo y el más noble intelecto, genios lentamente creados por grados, producidos a fuerza de innumerables luchas por sus fracasos y sus victorias, por lo malo y por lo bueno. Los males del pasado son las gradas por las cuales asciende el hombre hasta la virtud, de tal modo que, aun en el más degradado criminal contemplamos la promesa de la divinidad. También el escaldera hasta donde se halla el santo y en todos los hijos de los nombres Dios se revelará al fin.

Esto explica por qué debe haber progresado el hombre aunque tenga razón Weissmann al decir que las cualidades adquiridas no son transmisibles; pues estas cualidades mentales y morales no constituyen un don del padre: son los trofeos de victoria duramente ganados por el alma individual, y cada alma vuelve a nuevo nacimiento en un cuerpo nuevo, con los resultados de sus vidas anteriores como base de su trabajo para la presente. Y así, la reencarnación con sus lecciones en la evolución de la vida, llena los vacíos que deja la teoría científica y hace comprensible el progreso del carácter y de la inteligencia paralelamente al de la evolución de la forma.

Por último, cada vez que observamos la Naturaleza y miramos cosas de la misma clase, las encontramos en diferentes etapas de crecimiento; vemos constantemente, en las criaturas más desarrolladas, la huella del pasado a través del cuál han evolucionado. Igualmente, cuando observamos a los hombres, vemos toda clase de grados de inteligencia y de etapas de crecimiento moral. ¿Cómo podrán ser explicadas científicamente? De seguro que no por el principio (sugerido tantas veces por. la ciencia) de una súbita creación, de una aparición repentina sin causa, sin antecedentes, sin nada que lo explique. Entonces, ¿por qué estas grandes diferencias? ¿O por qué, siquiera, las pequeñas diferencias? Si decimos "Crecimiento", nos hallamos en sólido terreno científico, ya que por doquiera vemos el crecimiento en la naturaleza, diferencias de tamaño, diferencias en desarrollo; y los signos del crecimiento de la inteligencia y la moralidad que vemos entre los hombres, son señales claras de un pasado de diferencias en la edad del alma. Además, encontramos en el intelecto humano marcas de pasado, semejantes a las marcas del pasado en los cuerpos humanos; la inteligencia, en un cuerpo nuevo, rápidamente recorre su pasada evolución como bien lo sabe todo observador que atentamente sigue el desarrollóle la inteligencia de un niño.

PREG.—¿Qué quiere Ud. decir al referirse a la necesidad moral para la reencarnación?
RESP.—La tercera necesidad, la moral, el argumento más poderoso para la reencarnación ya que, de otra manera, no podría haber Justicia Divina ni amor en este universo. Ya se ha demostrado que las otras dos posibles explicaciones para las desigualdades humanas, a saber, la herencia y la creación especial, carecen de razón. Un ser nace deforme, el otro es un atleta. ¿Por qué? uno es idiota de nacimiento, el otro un genio dotado de brillantes poderes intelectuales; uno magnánimo, el otro avaro y mezquino. ¿Por qué? Si Dios es autor de tales diferencias, ello implicar injusticia y desesperanza irremediable. Nace un alma en algún arrabal, de una meretriz y de un borracho; de niño nada aprende sino crímenes y maldiciones, se le obliga a robar para alimentarse, nada sabe de bondad o de hambre de hombre se convierte en criminal consuetudinario hasta que algún día, en estado de ebriedad, acomete a un semejante suyo y lo mata. Se le envía a la horca. ¿A dónde irá después de la muerte? Para el cielo es demasiado pecador, en tanto, que no sería justo enviarlo al infíerno, puesto que no tuvo una sola oportunidad de regeneración en toda su vida. Nace otra alma en el seno de una familia refinada y es cuidadosamente criada por sus amorosos padres. Se le impulsa a la virtud y se le da esmerada educación. Durante toda su vida recibe homenajes y elogios hasta por cosas que no hizo, y muere después de una existencia llena de utilidad y de gloria. ¿Qué hizo para merecer todo esto? Si cada una hubiere sido producto de una creación especial, con un cielo o un infierno sempiternos subsiguientes a la muerte, ¿dónde estaría la Divina Justicia? ¿Acaso no tendría derecho el criminal para reclamarle a Dios, ¿por qué me hiciste así?

Pero la reencarnación restaura la Justicia a Dios y el poder al hombre y explica que el criminal es un alma joven aún no desarrollada, un salvaje que ha aparecido en la corriente evolutiva, con posterioridad a otra alma de más experiencia, con muchas vidas tras de si; que ambos son el resultado de su pasado y que las diferencias entre ellos sólo son de edad y crecimiento.

Entre otros muchos, la reencarnación resuelve los siguientes problemas:

I.—Explica las actuales desigualdades de condición y de privilegios sociales.

II.—Aleja la necesidad metafísica de tener que atribuir un aspecto de injusticia a la Suprema Justicia.

III.—Introduce en los mundos morales y espirituales, el mismo orden que la observación y la ciencia han descubierto en el físico.

IV.—Explica la aparición de hombres de genio en familias cuyos otros miembros carecen de habilidades extraordinarias.

V.—Explica la frecuente ocurrencia de casos de ambiente hostil que a menudo amarga la buena disposición y paraliza el esfuerzo.

VI.—Justifica la violenta antítesis entre el carácter y la condición, demostrando que aquel es resultado 'del crecimiento y no de un divino "hágase".

VII.—Explica las variaciones del sentido moral de la humanidad, es decir, los problemas de conciencia.

VIII.—Explica por qué ocurren los accidentes, desgracias y la muerte prematura o la repentina.

IX.—Nos explica por qué algunos individuos poseen poderes psíquicos.

X.—Da la razón de ser y aclara la evolución Darwiniana.

XI.—Suministra la solución razonable del problema de cuál será el futuro de los hombres que, habiéndoles Dios otorgado el don de la existencia física, jamás han aprendido a estimarla; por ejemplo, el avaro cuyo único goce es contar cierto número de monedas de metal amarillo; o el sensual que no tiene otro concepto de la vida que la bestialidad.

XII.—Explica la tremenda contradicción que a menudo surge entre nuestros deseos y nuestra voluntad, nuestro carácter según nosotros lo conocemos y nuestras acciones según son miradas por los demás.

XIII.—Soluciona la dificultad de conciliar el Amor de Dios con Su Poder.

XIV.—Explica el capricho, en apariencia sin significado, de la muerte.

PREG.—Y respecto a un niño que muere a poco de nacer, ¿cómo podrá usted explicar ese nacimiento inútil?
RESP.—Uno de los factores bajo los cuales tiene lugar la reencarnación es la ley de Karma o Ley de Causa y Efecto. A veces un ego tiene deudas con dicha Ley por haber ocasionado sin malicia ni intención/la muerte de" alguna persona matando meramente por descuido, como, por ejemplo, si al encender un puro arrojase inadvertidamente él fósforo encendido sobre un montón de paja, comunicando el fuego a una casa y quemando mortalmente a su ocupante. Tal ego deberá pagar su descuido, no su criminalidad, con una breve demora al tomar un cuerpo nuevo. Paga su cuenta mediante la temprana pérdida del cuerpo infantil y la consiguiente demora; pero pronto toma otro, generalmente a los pocos meses.

Ahora bien, en tales casos son los padres quienes más sufren. ¿Por qué? posiblemente esos padres, en una vida anterior, tomarían a su cuidado, simplemente por cubrir las apariencias, el huérfano de algunos parientes lejanos al cual no trataron con la debida benevolencia, sino, tal vez, con una crueldad que pudo ocasionarle la muerte. Conforme a la Ley de Karma, cosechan ellos lo que sembraron y tienen que saldar la cuenta pendiente, de su falta de amor, con la pérdida prematura del cuerpo de su propio hijo, tan idolatrado por sus corazones, y aprender así a tratar con ternura y bondad a todos los niños. El niño que muere inmediatamente después de su nacimiento nada pierde; tan sólo su progreso se demora un poco pero los padres sufren su merecido Kármico al perder al único hijo tan deseado. Su Karma toma así contacto, con el de aquella persona que tiene la deuda de una vida y ambos destinos se cumplen a la muerte de, la criatura... continuará

jueves, 10 de julio de 2008

LA REENCARNACIÓN EN DISTINTAS RELIGIONES (3)


PREG.—¿Qué tan extendida se encuentra la creencia en la Reencarnación entre las religiones y filosofías antiguas y modernas? ¿Cuántas personas, aproximadamente, tienen la idea de la reencarnación como parte de su credo religioso?

RESP.—La filosofía de la Reencarnación es más antigua que la más remota antigüedad atribuida al mundo puesto que es el corolario indispensable de la inmortalidad del alma. La Reencarnación, se menciona en las. grandes epopeyas de los Hindúes como un hecho innegable en el cual se basa la moralidad. Indiscutiblemente los Egipcios enseñaban esta doctrina y su concepto de ella, conforme la interpretación sacerdotal, se muestra en el clásico "Libro de los Muertos", una de sus principales Escrituras, que describe la ruta seguida por el alma después de la muerte, copia del cual se depositaba en cada ataúd. En la antigua fe Persa, apenas se la percibe en los escritos hoy existentes del "Avesta” cuya mayor parte se perdió irremisiblemente, si bien hay un pasaje en el "Vandidád”, (el más ortodoxo de los libros Zoroastrianos) que se refiere a la doctrina de la transmigración de la vida animal. El Buddha la enseñó constantemente, hablando de sus anteriores nacimientos. Entre los remanentes de las antiguas razas del continente americano, esparcidos aquí y allá. se encuentra ocasionalmente dicha creencia como por ejemplo, entre los indios Zuni. Los Hebreos de hoy parece que no aceptan la reencarnación, si bien se alude a ella en la Kábala, pues la creencia que antaño se tenía de ella, surge en esta o aquélla página de dicha obra. En la "Sabiduría de Salomón" se afirma que el nacer en un cuerpo sin lacra era la recompensa de "ser bueno". Algunos pocos millares de quienes son reconocidos como Cristianos creen ahora en ella, si bien el sistema cristiano actual la rechaza, por más que el Cristo la aceptó cuando dijo a sus discípulos, que Juan el Bautista era Elías. Orígenes, el más instruido de todos los Santos Padres Cristianos declaró que “Cada hombre recibe un cuerpo de acuerdo con sus merecimientos y sus previas acciones". Los Sufíes Mahometanos sostienen tal creencia, la cual ha llegado hasta nosotros en la Edad Media, por un sabio hijo del Islam, el poeta y místico Persa JaláludDin Rumi, quien dijo:

"Morí en el mineral y llegué a ser una planta,

"Morí en la planta y reaparecí en un animal,

"Morí en el animal y llegué a ser hombre,

"Por qué pues, habría de temer? ¿Cuándo desmerecí por haber muerto?

"Después moriré en el hombre para qué me broten las alas del ángel.

Con razón dijo Max MüIIer que las más excelsas mentes que la humanidad ha producido, habían aceptado la reencarnación. Pitágoras la enseñó. Platón la Incluyó en sus escritos filosóficos. Virgilio y Ovidio la dieron por admitida. Las escuelas Neoplatónicas la aceptaron y los Gnósticos y Maniqueos creyeron en ella. En los tiempos actuales la vemos enseñada por Schopénhauer, Fichte, Schelling, Lessing, Henry More, Hender, Southey, Bulwer, Pezzani, por no mencionar más que unos pocos de entre los filósofos y autores occidentales. Humme declaró que ésta era la única doctrina de inmortalidad que un filósofo podría tomar en cuenta. Goethe, en su vejez, veía con gozo la perspectiva de su regreso. Emerson el Platón del siglo 19, lo mismo que Wordsworth, Rossetti, Gossc, Tennyson, Browning, Coleridge, Collins, Bailey, Sharp y otros poetas, creyeron en ella. La reaparición de la creencia en la reencarnación no es, por tanto, la implantación de una idea de salvajes entre naciones civilizadas, sino la señal de que las religiones se alivian de su falta de racionalismo, cosa que había hecho de la vida un embrollo no inteligible de injusticias y parcialidades ocasionando tanto escepticismo y materialismo.

Hablando en términos generales, la parte de humanidad que actualmente cree en Karma y Reencarnación abarca los Hindúes y los Budistas. Los hindúes son como 250,000,000 dentro de la población total de la India que asciende a cerca de 320,000.000. No es fácil determinar exactamente el número de budistas, apenase sí sabemos algo respecto a la enorme población de China. Rhys Davis, apoyándose en los datos del Censo, dice que el número de Budistas del Sur es de 30,000.000 y el de Budistas del Norte, (calculando a bulto la población total de la China), de 470.000.000, lo que hace un total de 500.000.000 de Budistas; si bien el Dr. Findiater calcula el numeró total de Budistas en China solamente, en más de 340,000.000. Y así, aun en él momento actual, (1925) parece que casi la mitad de la raza humana cree en Karma y Reencarnación, en tanto que en tiempos anteriores la proporción debió haber sido mucho mayor, puesto que estas doctrinas eran las que prevalecían en los países dominados por el pensamiento Caldeo, Egipcio y Griego.

PREG.—Admitimos que la doctrina de la Reencarnación se encuentra en las religiones Hindúes, Budistas, Egipcia, Griega y Romana;

pero ¿acaso no es por completo extraña al Cristianismo?

RESP.—Esta cuestión, de tan profunda importancia, se discute mucho ahora por los pensadores del Oeste y está suscitando buena dosis de controversia y antagonismo, que parece más bien basada en la ignorancia que en el estudio. La doctrina de la preexistencia del alma y de la reencarnación ramifica a lo largo de. dos líneas en los libros de los primitivos Cristianos y en los escritos de los Judíos qué precedieron a los Cristianos. A veces se insiste en el hecho de .que el alma no vino a la existencia con el cuerpo, que ella es eterna en su naturaleza o, por mejor decirlo, que el Espíritu es eterno y procede de Dios. Por tanto esta rama de la doctrina, comúnmente depJULIAN nada de "la preexistencia del alma", sencillamente afirma JULIAN espiritu, el hombre es, eterno; pues viene de Dios; que también procedieron de Dios muchos otros Espíritus no encarnados en forma humana; que estos pasaron a través de varias etapas y de varios mundos hasta que algunos de ellos vinieron al mundo físico en donde hubieron de pasar por un entrenamiento que les prepara para una evolución Superior, ascendiendo, gradualmente, con las experiencias que iban acumulando, hasta la pureza original que habían perdido. Puede afirmarse que tal doctrina, levemente bosquejada así era universal, ya fuere entre los Judíos como en la primitiva Iglesia. En su forma mas científica y precisa, la reencarnación, es decir, repetidos nacimientos del ser humano en la forma física, en esta forma física, se encuentra en algunos de los escritos de los primeros cristianos, pero no en todos. Algunos hablan vagamente de, la preexistencia; otros, claramente, de repetidos nacimientos en el mundo.

En todos, el principio es, el mismo, la idea de que el espíritu humano procedente de Dios no es intrínsecamente santo, excepto por derivar de la Suprema Santidad Una; pero que la santidad en su carácter, que se debe a su procedencia de Dios, puede perderse parcialmente por algún tiempo. Cuando el Espíritu ha perdido su primitiva inocencia, entonces se le denomina Alma siendo el alma el estado intermedio entre el Espíritu y el cuerpo, esto es, aquello que adquiere experiencias, lo que pasa a través de varios mundos en el universo y regresa a la postre, con las experiencias ya acumuladas, a su primitivo hogar, el seno de Dios.

Ahora bien, se sabe que los Santos Padres atacaron muy acremente y protestaron en forma muy vehemente contra la doctrina que estaba en boga entre Griegos y Romanos, en la literatura de aquellos tiempos, a saber, la idea de que el alma humana puede pasar a formas animales. Mas el mero hecho de que tal sea la única forma de preexistencia, y de la reencarnación que anatematizaban, robustece más la aceptación general, en aquellos tiempos, del principio ya descrito. A fin de comprender las circunstancias en que surgió la Iglesia de Cristo precisa el conocimiento del ambiente judaico, de los pensamientos, y puntos de mira del, pueblo Hebreo al cual y por supuesto, pertenecían los Apóstoles y los primitivos discípulos; y entre los cuales, de acuerdo con la genealogía el ,mismo Jesus tomó cuerpo. En el Antiguo Testamento aquel versículo de Jeremías "Antes de que salieses, del vientre Yo te santifiqué y te ordené como Profeta. . " (i, 5,) es uno al que aluden varios Padres de la Iglesia como relacionado con la preexistencia del alma humana. Tanto Orígenes como Jerónimo, claramente se refieren a la afirmación de que antes de que Jeremías naciera fue santificado como Profeta, como una de las pruebas de la preexistencia del alma contenidas en las Sagradas Escrituras. Orígenes señala especialmente la circunstancia de que la Justicia Divina no podría serlo a menos que un hombre, santificado como profeta o nacido para hacer un gran servicio al mundo, hubiera merecido, aquella preeminencia por una anterior vida de rectitud, o hubiera escalado esa bendita elevación como resultado de meritorias acciones en su pasado. Luego tenemos la bien definida afirmación en Malaquias, (iv, 5) de que “Elías regresaría”. Hay otro interesante pasaje en el libro de la "Sabiduría de Salomón" en el cual dice éste: "Yo fui un niño de aguda viveza y tuve mi Espíritu bueno. En verdad, por ser bueno, vine a un cuerpo inmaculado..." (ix, 5). He aquí la afirmación explícita de que, puesto que Salomón ya era un espíritu bueno, vino a un cuerpo sin lacras. El famoso historiador judío Josefo aduce también ciertas afirmaciones precisas por lo que hace a los judíos de su tiempo. En su obra "De Bello Judaico" (ii.8) dice, refiriéndose a los fariseos: "Afirman ellos que todas las almas son incorruptibles; que ¡solamente las almas de las personas buenas pasan a otros cuerpos, pero que las almas de los malos sufrirán castigo eterno..." Hay todavía otra cita mejor en Josefo, aludiendo a la creencia general de sus propios tiempos con respecto a la reencarnación del alma. Habiendo defendido la fortaleza de Jotapata y buscado refugio en una caverna, con unos cuarenta soldados que pensaban matarse uno a otro para evitar que todos cayeran en manos de los Romanos, el mismo Josefo les habló de la siguiente manera: "¿No recordáis que todos los Espíritus puros, que vivieron de acuerdo con la divina dispensación, residirán en la más bella de las moradas celestiales a su debido tiempo serán enviados otra vez al mundo 'para habitar cuerpos inmaculados; en 'tanto que las almas de aquellos que' se han suicidado son condenadas a la región de las tinieblas en los mundos inferiores?". Ahora bien, con toda justicia arguye el Profesor Víctor Rydberg con relación a estas palabras, que el hecho de que Josefo hiciera consideraciones de está clase a soldados rudos, a hombres faltos de instrucción, y no a filósofos que por sus escritos se sabe que creían en la reencarnación y la enseñaban en aquellos tiempos, demuestra que la doctrina era cosa corriente entre los judíos de su tiempo. La misma se encuentra claramente definida en los escritos de Philo, como una de las bases de la gran Escuela Judía Alejandrina. Por tanto, por lo que atañe a los judíos, tal doctrina era generalmente admitida entre ellos, e importa recordarlo por lo que respecta a las palabras de los discípulos de Jesús y sus preguntas acerca del pecado de aquel hombre que había nacido ciego, ya que parece que solamente se referían a una creencia común y corriente en sus días.Hojeando el Nuevo Testamento la primera cosa interesante que sobre el particular se encuentra, es el sonado cumplimiento de la profecía de Malaquías acerca del retorno de Elias el Profeta. Es perfectamente cierto que, cuando se preguntó a San Juan Bautista:

¿Eres tú Elias?" él respondió: "No" Pero el mismo Jesús afirmó exactamente lo contrario y dijo: "Este es Elias". La negación del Bautista se explica fácilmente por el hecho de que solamente en muy raros casos, según ya se explicó antes, subsiste el recuerdo de una vida anterior a través de la muerte y del renacimiento, por lo cual la ausencia de tal conocimiento en la mente del Bautista no es prueba en contra de la realidad de la reencamación; en tanto que la doble afirmación del Cristo Mismo, de que San Juan Bautista era Elias (S. Mateo, xi, 14 y xvii, 1213) hablando como lo hizo con conocimiento del pasado, seguramente contrapesa: mucho la negación del Bautista acerca de un punto del cual no podía esperarse que recordara. Llama también la atención la repetición, del carácter (exactamente lo que se podría esperar) pues ambos predicaron la rectitud, ambos, fueron ascetas por entrenamiento, y de naturaleza fogosa, denodados para el reproche de lo malo en los grandes centros; el carácter vigoroso y decidido del profeta Elias reaparece, en, el ^carácter igualmente vigoroso y fuerte de San Juan Bautista. Asimismo, tíos dos tuvieron mucha semejanza externa e iguales peculiaridades en, su indumentaria. Elias fue un hombre velludo y ceñía un cinturón de cuero alrededor de sus lomos" en tanto que Juan el Bautista usaba su ropa de pelo de camello y un cinto, de cuero alrededor de sus lomos". Ambos residieron en la soledad del desierto. Elias viajó cuarenta días y cuarenta noches, hacia el IIoreb, la montana, de Dios en el Desierto del Sinaí. (Reyes xix, 8). Juan el Bautista residía en el desierto de Judca, allende el Jordán, bautizando, (Marcos i,4) Y su vida en la soledad, (un destierro voluntario, de renunciación y apartamiento de las turbas humanas) era mantenida de un modo paralelamente notable, mediante un ave que les llevaba el alimento. "He ordenado a los cuervos que te alimenten", dice la voz de la Divinidad al Profeta, (Reyes., xvii,4) en tanto que el alimento del Bautista eran los saltamontes y la miel silvestre. (Mateo iii,4) Por consiguiente, dada la identidad de caracteres, ciertas semejanzas exteriores, y la solemne declaración del Mismo Jesús, dos veces repetida, es difícil no llegar a la conclusión de que San Juan Bautista fue realmente una reencarnación de Elías, si hemos de tomar en serio el Evangelio.

Por lo que respecta al caso del hombre que nació ciego, (S. Juan IX) no se requiero mucha argumentación. La pregunta fue tan sencilla: "¿Quién pecó, este hombre o sus padres?" Los discípulos se daban cuenta de que, aquello debió ser el resultado de algún pecado o maldad; y su interrogación fue para saber de quién fue el pecado que produjo tan deplorable resultado. ¿Fue acaso que los padres hubieran sido tan malvados que merecieron el pesar de tener un hijo ciego, o fue que, en algún estado previo de existencia, el hijo mismo había pecado, atrayendo sobré sí tan lamentable destino? Es obvio que la segunda fue la verdadera razón, los pecados que tal castigo merecieron, debieron haber sido cometidos antes de que él naciera, es decir, en una existencia previa. Y asi ambas grandes columnas de la enseñanza Teosofica, —Reencarnación y Karma— se hallan claramente implícitas en ésta sola pregunta. Quienes pretendan derivar de la respuesta de Jesús, “ ni este hombre ni sus padres pecaron", una contracreencia en la reencarnación, tendrían que sostener el inaceptable punto de mira de que los padres del ciego se hallaban libres de pecado; pues todos fueron considerados al mismo nivel: "Ni éste hombre ni sus padres". Pero una mente imparcial que no deseare torcer el significado de los textos a fin de reforzar una idea preconcebida, Verá naturalmente en tal respuesta, dicha por uno que era judío de nacimiento y dirigida a judíos entre quienes la doctrina de la reencarnación era cosa corriente, la afirmación sencilla y directa de qué la ceguera de aquel hombre no se debió a pecado suyo en vida anterior como tampoco a pecado de quienes dieron nacimiento al niño ciego. El Maestro asigna otra razón de carácter místico: "Para que las obras de Dios puedan manifestarse en él"; y con toda seguridad, si hubiese El estimado que el concepto de reencarnación, que claramente expresaban las mentes de sus discípulos, fuese erróneo en sí, lo hubiera declarado al punto, como solía hacerlo cuando se necesitaba corregirles algo; y tal vez les hubiese reprochado por su desatino con esta respuesta: “¿Por qué me hacéis esta loca pregunta de si un hombre nace ciego a causa de su pecado? ¿Cómo pudo pecar antes de nacer?"

Igualmente, la frase en San Juan. (XIV, 2) “En la casa de mi Padre hay muchas moradas", es muy significativa. La palabra erróneamente traducida por moradas o mansiones, es la que se usaba para designar las posadas o casas gratuitas de descanso a lo largo de los caminos del Imperio. Y ésta es una alusión muy sugestiva a los muchos descansos que el alma humana o Ego disfruta en la Casa del Padre, entre vidas de esfuerzo en la tierra durante las cuales crece su estatura espiritual. ''Sed perfectos" hubiera sido un mandamiento inútil de parte, del Cristo si se hubiere dirigido a una humanidad vacilante y pobre, con pocos años para su vida, o ebrios haraganes cuyos pensamientos estuviesen concentrado en el prostíbulo inmediato. Pero fue una gloriosa promesa para quienes hubieren tenido tiempo de crecer hasta la medida de la estatura de la plenitud del Cristo. Dice el Cristo Mismo: "No es superior el discípulo a su Maestro, pero cada uno, cuando llegue a la perfección, será como su Maestro" (Lucas vi,40).

Hay otro texto en la "Revelación" que también lleva implícita la doctrina de reencarnación. Es aquel versículo en el cual el Hijo del Hombre, al dirigirse a una de las siete Iglesias del Asia, hace la afirmación respecto a aquel que superará: "Haré de él una columna en el Templo de Mi Dios y ya no irá más”. Este "Ir de nuevo", que termina con la victoria final, se refiere a las repetidas ausencias del alma de los mundos, celestiales, que terminan cuando el alma se ha perfeccionado y llegado a ser “Una columna en el templo de Mi Dios", “Vigilantes y Santos, pilares del Templo de Dios, que de allí no volverán a salir". (Rev. 3,12).

Muchos de los Padres Cristianos se refirieron a la preexistencia y al renacimiento, que eran doctrinas cardinales entre los Gnósticos y que representaron durante muchos siglos la más pura corriente de la enseñanza espiritual y filosófica del Cristo.

En los escritos de Orígenes, el discípulo más célebre de San Clemente de Alejandría y tal vez el más brillante e instruido de todos los Padres Eclesiásticos, y particularmente en su gran tratado "De principiis", hay una mina de información acerca de las enseñanzas de los primitivos cristianos en el siglo segundo.

Su punto de mira era el de la evolución. Refiriéndose a que San Juan el Bautista fue lleno del Espíritu Santo en el vientre materno (I,vii,4) dice él que algunos "podrán pensar que Dios llena a los individuos con su Santo Espíritu y les confiere la santificación, no a base de justicia y de acuerdo con sus merecimientos, sino arbitrariamente. ¿Y cómo evitaríamos, entonces la pregunta: "¿Hay falta de rectitud en Dios?, ¿Dios impide?, o bien ésta: ¿Hay acepción de personas con Dios? Pues tal es la defensa de quienes sostienen que las almas vienen a la existencia con los cuerpos"… San Juan Bautista fue lleno del Espíritu Santo en el vientre maternal tan sólo porque en anteriores vidas de rectitud había ganado tal bendición. Añade Orígenes que Dios dispone todas las cosas de acuerdo con los merecimientos y progreso moral de cada individuo y que esto es necesario para demostrar la imparcialidad y recta justicia de Dios, ya que, conforme la declaración del Apóstol Pablo no hay aceptación de personas con EL.

Declara además Orígenes que la condición de un hombre es el juicio de Dios acerca de las acciones de cada individuo y procede a ilustrar su argumento por el famoso caso de Jacob 5 Esaú (II,ix,7) Este ejemplo ha sido usado a veces por la Escuela Calvinista como un argumento para la predestinación directa del hombre por Dios, ya sea a una felicidad eterna o a una condenación eterna: Pero según la enseñanza de Orígenes, habiendo nacido libre el hombre no pudo ser predeterminado por otra voluntad ni a la felicidad ni a la desgracia; salvo en caso de la justicia que él mismo haya merecido. Sería injusto que Dios amase a Jacob odiase a Esaú desde antes de que nacieren los niños; y el único modo de reconciliar tal declaración con la justicia de Dios, sería decir qué Esaú se hallaba cosechando los frutos de pasados males, tanto que Jacob cosechaba el fruto de previas acciones buenas. Esta es la declaración más explícitamente hecha tanto por Orígenes, cuanto por S. Jerónimo (Carta a Avitus) al decir: "Si examinamos el caso de Esaú podemos encontrar que fue condenado, a causa de sus antiguos pecados, a un peor transcurso de vida" y también lo sostiene así Diogenes: ..."Encontramos que no hay falta de rectitud en que, aún en el vientre, Jacob suplantase a su hermano, si consideramos que él era merecidamente amado por Dios de acuerdo con los méritos de su vida anterior, al grado de alcanzar preferencia sobre su hermano. Y agrega que esto debe ser cuidadosamente aplicado al caso de todas las otras criaturas pues, como ya lo hicimos notar antes, la Rectitud del Creador debe brillar en todo. "La desigualdad de circunstancias resguarda la justicia de una retribución conforme al mérito".

Orígenes trata admirablemente el caso del Faraón, cuyo corazón, se lee, fue endurecido por Dios, y asienta que, en esté mundo, no siempre es la cura rápida la más efectiva: "A veces no conduce a buenos resultados el curar a un hombre demasiado aprisa, especialmente si la enfermedad, al ser represada súbitamente en las partes internas del cuerpo, ruge con mayor fiereza" (lll,i,17). Y declara que el endurecimiento del corazón tuvo por fin solamente capacitar al Faraón para ver lo malo de sus procedimientos a fin de que, en vidas futuras, habiendo ya aprendido la lección de que fue una amarga experiencia el haber pecado contra Dios, pudiera también volver, a la rectitud del vivir; así como un buen médico de almas pone remedio a la enfermedad que aflige al hombre.

Por las anteriores citas se puede ver que no hay disputa posible acerca de sí la idea de la reencarnación fue o no enseñada por Orígenes. Con todo, añadiremos otra cita, la más convincente de todas, para demostrar que en la mente de Orígenes se admitían repetidos nacimientos en este mundo, y no sólo experiencias previas en otros mundos, "aquellos que, a partir de esta vida por virtud de la muerte que es común a todos, son destinados, de acuerdo con sus acciones y méritos, según se les juzgue dignos de ello, unos al lugar que se llama "infierno" y otros al seno de Abraham, en diferentes localidades p mansiones..." Esto alude a las condiciones postmortem en los mundos invisibles. "Y así también, como si muriesen en estos lugares (si la expresión se permite), descienden del "mundo superior" a este "infierno"... Pues aquél "infierno" al cual son enviadas desde este mundo las almas de los muertos, se llama a causa de esta distinción, según yo creo, "el infierno inferior"... Por consiguiente, a cada uno de los que descienden a la tierra, y de acuerdo con sus merecimientos o con la posición que ocupó antes aquí, se le lleva a nacer, en este mundo, en un país diferente; o entre hombres de otra raza o diferente modo de vida; o con el germen de enfermedades de distinta clase; puede nacer de padres religiosos, ó de quienes no lo sean; de tal suerte que a menudo nace un Israelita entre los Scinthios, o un pobre egipcio en Judea..." (IV,i,23). Difícilmente podría encontrarse algo más claro y definido que esto acerca del renacimiento de las almas.

Si se puede hacer una alma buena, entonces, hacer una alma mala es imposible para un Dios de Justicia y Amor. Eso no puede ser. No hay justificación alguna para ello; y desde el momento en que se reconoce que los hombres han nacido criminales, como lo nacen cada día, nos sentimos forzados, o a blasfemar diciendo que un Dios perfecto y amoroso crea una alma arruinada y luego la castiga por ser lo que El la hizo ser; o bien que El trata con almas que están creciendo y desarrollándose, criaturas a quienes El entrena para la ultimada perfección; y que, si en alguna vida nace un ser malvado y vicioso es porque se ha pervertido y habrá de cosechar en sufrimientos el resultado de los males que hizo, a fin de que pueda aprender sabiduría y tome al buen sendero. Toca a los cristianos darse cuenta de cuánto ilumina la vida, y la hace razonable, aquella ardiente esperanza del Apóstol: "Que Cristo nazca en vosotros"; esperanza que no es posible realizar ni aun para el mejor hombre en una sola vida; esperanza ridiculamente imposible y vacía sí se pone ante la abyecta masa que puebla los arrabales del vicio y la criminalidad, gente, sin embargo, contra la cual se peca más que lo que ella peca.

Por tanto, la Reencamación es una doctrina Cristiana, y sí un cristiano la acepta por el ejercicio de su razón y de su pensamiento, y llega a la conclusión de que la Reencamación es cierta, no deberá considerarla como doctrina exótica procedente de las religiones Hindúes, o Budista, o Egipcia, Griega, Romana, etc., sino tomarla como parte de la suya propia por derecho de nacimiento, como parte de la fe que antaño se entregara a los Santos.

PREG.—Sí la Reencarnación es, pues una doctrina cristiana, ¿cómo es que haya desaparecido y no sé encuentre ahora en el Cristianismo moderno?

RESP.—En El Nuevo testamento no se encuentra palabra alguna de anatema, crítica o amonestación en contra de ésta doctrina, la cual, como antes lo hemos visto, constituía una porción considerable de las filosofías y fe de los Judíos y Gentiles. Por el contrario, las Escrituras contienen numerosos pasajes que tan sólo pueden ser iluminados y comprendidos por la luz que Sobre ellos vierte la doctrina de la Reencarnación. Pero tal doctrina fue condenada, y puesta fuera de la ortodoxia cristiana, por el Segundo Concilio de Constantinopla en el siglo VI, (Año 553). Esta es la razón por la cual desapareció dicha doctrina del Cristianismo oficial representado por la Iglesia Católica Romana; pero no desapareció de la Cristiandad. Persistió y fue preservada en las enseñanzas de muchas sectas místicas, llamadas herejes y en los cantares de muchos trovadores errantes. La escuela de los Albigenses, que tantos mártires produjo a causa de su apego a la verdad original del Evangelio, enseñó la Reencarnación, doctrina que reaparece de tiempo en tiempo en la Iglesia de la manera más notable. En el siglo XVII el Rev. Mr. Glanville, Capellán de Carlos II, era un hombre de posición y autoridad indiscutibles en la Iglesia; y sin embargo, en su libro “Lux Orientalis”, establece, paso a paso, exactamente la misma doctrina de Reencarnación que se encuentra en los primitivos Padres y que es familiar ahora a todos los estudiantes de Teosofía. También en el siglo XVIII hubo una regular propaganda de esta doctrina, pues aparecieron varios libros demostrando que era parte integral del Cristianismo.

Y así, la enseñanza de la reencarnación desapareció solamente por poco tiempo, en la marea de ignorancia que inundó la Europa después de la decadencia del Imperio Romano; pero este espléndido concepto está ahora invadiendo firmemente el pensamiento occidental mediante libros, conferencias o artículos, mediante filósofos, poetas y aún clérigos.

continuará...